Introducción
En este trabajo me propongo considerar la noción filosófica de Naturaleza en Karl Marx, para tratar luego de analizar de qué modo es incorporada en la teoría del valor, piedra angular del materialismo histórico. Para estas dos cuestiones me basaré en el análisis de textos seleccionados de los fundadores del materialismo histórico. Este punto tiene particular importancia por mi convicción sobre la necesidad de una más adecuada valoración de la obra de Marx en los ámbitos ecológicos, lo cual en mi opinión tiene una importancia no sólo teórica sino también política, en razón de identificarme con los postulados ecosocialistas.
Luego pasaré a relacionar dicha problemática con el análisis de la energía en la agricultura de Podolinsky, retomando sus argumentos, y al final se analizarán los distintos comentarios y valoraciones que pudimos encontrar en textos contemporáneos de Joan Martínez-Alier, Guillermo Foladori, Paul Burkett y John Bellamy Foster, y Daniel Bensaïd, para llegar a las conclusiones.
La pertinencia del tema está justificada por al menos dos razones. La primera de ellas reside en la convicción de Podolinsky de haber hallado las bases termodinámicas de la teoría marxista del valor. La segunda consiste en la certidumbre sobre las posibilidades de una mayor comprensión sobre la estimación -o subestimación- del problema energético en Marx y Engels a través de reunir diversos argumentos y críticas, intentando enriquecer el valioso análisis de M. Alier con aportes de otros autores, lo que al menos tendrá el logro de una mayor información sobre el asunto.
Consideraciones sobre la Naturaleza
En los “Manuscritos” de 1843-44 Marx se refiere a la naturaleza como “el cuerpo inorgánico del hombre”. Si bien esta concepción es de carácter transhistórico, como ha sido señalado al menos por Ted Benton y Moishe Postone, tiene un doble valor: como punto de partida afirma que no puede concebirse al hombre sino en la naturaleza de la cual forma parte; y en obras posteriores permitirá además llegar a la noción más compleja y dinámica de metabolismo del hombre y la naturaleza, aprovechando las influencias de los estudios de von Liebig sobre la fertilidad de la tierra.
La referencia al capítulo del Libro I de El Capital “Proceso de trabajo, proceso de valorización”, nos puede ayudar a entender mejor la idea:
“En primer lugar, el trabajo es un proceso entre hombres y naturaleza, un proceso en el que, mediante su acción, el hombre regula y controla su intercambio de materias con la naturaleza. Se enfrenta a la materia de la naturaleza como un poder natural. Pone en movimiento las fuerzas naturales pertenecientes a su corporeidad, brazos y piernas, cabeza y manos, para apropiarse de los materiales de la naturaleza en una forma útil para su vida. Al actuar mediante este movimiento sobre la naturaleza exterior a él y cambiarla, transforma al mismo tiempo su propia naturaleza.”[2]
En este párrafo, puede establecerse una influencia directa en la noción contemporánea de coevolución del hombre y la naturaleza, de R. Norgaard.
Esa relación metabólica se habría alterado por la alienación del proceso de trabajo, la separación del productor de sus condiciones de producción y consiguientemente de su producto, generando además la división del trabajo con la consecuente separación entre la ciudad y el campo, procesos que según Marx el socialismo debería rectificar.
“Con el predominio cada vez mayor de la población urbana, concentrada en grandes centros, la producción capitalista acumula, de un lado, la fuerza motriz de la sociedad, mientras que de otra parte perturba el metabolismo entre el hombre y la tierra. Es decir, el retorno a la tierra de los elementos de ésta consumidos por el hombre en forma de alimento y de vestidos, o sea, la condición natural eterna de la fecundidad permanente del suelo.”[3]
Sobre el problema de la reutilización de los residuos vuelve en el libro III de la misma obra, en la sección destinada a la economía en el empleo del capital constante, destacando a la vez el aporte de la ciencia en su reutilización, como su irracional despilfarro:
“Los excrementos del consumo son muy importantes para la agricultura. Por lo que respecta a su utilización, la economía capitalista efectúa un despilfarro colosal; en Londres, por ejemplo, no saben hacer nada mejor con el abono de 4 ½ millones de seres humanos que emplearlos, con gastos inmensos, en apestar el Támesis.”
Y más adelante:
“Y todo progreso de la agricultura capitalista no es sólo un progreso en el arte de esquilmar al obrero sino también en el arte de esquilmar a la tierra, y cada paso que se da en el incremento de su fertilidad dentro de un período de tiempo determinado, supone a la vez un avance en la ruina de las fuentes permanentes de esta fertilidad. (...) La producción capitalista sólo desarrolla, por tanto, la técnica y la combinación del proceso social de producción al tiempo que socava las fuentes originarias de toda riqueza: la tierra y el trabajador.”[4]
En este pasaje se establece críticamente un proceso paralelo y relacional del carácter depredador del capital sobre la tierra y la fuerza de trabajo, lo que tiene una innegable actualidad para comprender la crisis ecológica contemporánea como el resultado de una lógica de la acumulación por la primacía del valor de cambio, y que no impediría, salvando los riesgos de toda transposición, considerar a la huella ecológica como una traducción material de la depredación del capital sobre la tierra.
Aquí también Marx toma distancia con respecto a una supuesta concepción unilateral de progreso, el que se revela, por el contrario, como desigual y contradictorio.
Sin embargo, a este párrafo subrayado por autores que destacan las percepciones ecológicas de Marx, podemos contraponer el siguiente, escogido del Manifiesto, y también citado repetidamente por quienes critican su supuesto productivismo o prometeísmo:
“En el siglo corto que lleva de existencia como clase soberana, la burguesía ha creado energías productivas mucho más grandiosas y colosales que todas las generaciones juntas. Basta pensar en el sojuzgamiento de las fuerzas naturales por la mano del hombre, en la maquinaria, en la aplicación de la química a la industria y la agricultura, en la navegación de vapor, en los ferrocarriles, en el telégrafo eléctrico, en la roturación de continentes enteros, en los ríos abiertos a la navegación, en los nuevos pueblos que brotaron sobre la tierra como por ensalmo... ¿Quién, en los pasados siglos, pudo sospechare siquiera que en el regazo de la sociedad fecundada por el trabajo del hombre yacían soterradas tantas y tales energías y elementos de producción?”[5]
Estos pasajes, que han sido calificados como “panegíricos de la burguesía”, deben contextualizarse debidamente. Ante todo, se nota el tono entusiasta de un manifiesto, contrastante con el más neutro de un tratado[6]. Pero a párrafo seguido, se detallan las trabas actuales al desarrollo de las fuerzas productivas, y la necesidad del socialismo. En la misma página, destaca como un “logro” de la burguesía la concentración de la población en grandes ciudades, y el rescate de los campesinos del “idiotismo rural”[7].
Sin embargo, en el mismo Manifiesto se puede encontrar, entre las diez primeras medidas prioritarias, la abolición de la propiedad de la tierra, y la lucha contra la división ciudad / campo.
Pero otra referencia más actual nos puede aportar a una debida contextualización de la perspectiva de Marx en la época del Manifiesto y otros trabajos. En la advertencia a su selección de textos “Materiales para el estudio de América Latina”, su compilador Pedro Scaron señala el error de muchas teorías difundidas, consistente en afirmar que las grandes líneas de la concepción del mundo de Marx quedaron definitivamente establecidas a partir de la redacción del Manifiesto, demostrando en el análisis de textos que sobre la cuestión nacional la evolución de Marx y Engels es compleja y contradictoria. Tenemos razones para considerar esta reflexión como aplicable a nuestro tema.
La periodización que establece marca una primera fase de comienzo impreciso no posterior a 1847 hasta 1856, año del fin de la guerra de Crimea, donde “… Marx y Engels combinan el repudio moral a las atrocidades del colonialismo con la más o menos velada justificación teórica del mismo.”[8] El Manifiesto pertenece claramente a este período.
Una segunda etapa según el autor se desarrolla entre 1856 y la fundación de la Internacional, en 1864, donde la denuncia del colonialismo se une con la reivindicación del derecho a la resistencia de los pueblos oprimidos. La mayor parte de los textos sobre el colonialismo se ubica entre estos años.
Un tercer período se daría desde la fundación de la Internacional hasta la muerte de Marx, en 1883. Aquí la influencia de la relación personal con los militantes de los países de menor desarrollo capitalista aproximaría a ambos a la actual teoría de la dependencia, admitiendo la posibilidad de una revolución en estos países antes que en los centrales.
En la cuarta fase, posterior a la muerte de Marx, según el compilador se da un proceso de estancamiento o de involución. Aquí Engels combinaría análisis acertados sobre la cuestión nacional típicos del período anterior, con una posición “patriótica” y proclive al parlamentarismo, cercana a Kautsky y la socialdemocracia.
Scaron argumenta que estas fases delineadas sobre la cuestión nacional se ajustan a los textos sobre América Latina, pero en lo que aquí nos interesa, respecto al rol histórico de la burguesía, son pertinentes al menos para comprender que el entusiasmo sobre su rol histórico de ningún modo fue definitivo, como parecieron entender varios críticos.
En este trabajo me propongo considerar la noción filosófica de Naturaleza en Karl Marx, para tratar luego de analizar de qué modo es incorporada en la teoría del valor, piedra angular del materialismo histórico. Para estas dos cuestiones me basaré en el análisis de textos seleccionados de los fundadores del materialismo histórico. Este punto tiene particular importancia por mi convicción sobre la necesidad de una más adecuada valoración de la obra de Marx en los ámbitos ecológicos, lo cual en mi opinión tiene una importancia no sólo teórica sino también política, en razón de identificarme con los postulados ecosocialistas.
Luego pasaré a relacionar dicha problemática con el análisis de la energía en la agricultura de Podolinsky, retomando sus argumentos, y al final se analizarán los distintos comentarios y valoraciones que pudimos encontrar en textos contemporáneos de Joan Martínez-Alier, Guillermo Foladori, Paul Burkett y John Bellamy Foster, y Daniel Bensaïd, para llegar a las conclusiones.
La pertinencia del tema está justificada por al menos dos razones. La primera de ellas reside en la convicción de Podolinsky de haber hallado las bases termodinámicas de la teoría marxista del valor. La segunda consiste en la certidumbre sobre las posibilidades de una mayor comprensión sobre la estimación -o subestimación- del problema energético en Marx y Engels a través de reunir diversos argumentos y críticas, intentando enriquecer el valioso análisis de M. Alier con aportes de otros autores, lo que al menos tendrá el logro de una mayor información sobre el asunto.
Consideraciones sobre la Naturaleza
En los “Manuscritos” de 1843-44 Marx se refiere a la naturaleza como “el cuerpo inorgánico del hombre”. Si bien esta concepción es de carácter transhistórico, como ha sido señalado al menos por Ted Benton y Moishe Postone, tiene un doble valor: como punto de partida afirma que no puede concebirse al hombre sino en la naturaleza de la cual forma parte; y en obras posteriores permitirá además llegar a la noción más compleja y dinámica de metabolismo del hombre y la naturaleza, aprovechando las influencias de los estudios de von Liebig sobre la fertilidad de la tierra.
La referencia al capítulo del Libro I de El Capital “Proceso de trabajo, proceso de valorización”, nos puede ayudar a entender mejor la idea:
“En primer lugar, el trabajo es un proceso entre hombres y naturaleza, un proceso en el que, mediante su acción, el hombre regula y controla su intercambio de materias con la naturaleza. Se enfrenta a la materia de la naturaleza como un poder natural. Pone en movimiento las fuerzas naturales pertenecientes a su corporeidad, brazos y piernas, cabeza y manos, para apropiarse de los materiales de la naturaleza en una forma útil para su vida. Al actuar mediante este movimiento sobre la naturaleza exterior a él y cambiarla, transforma al mismo tiempo su propia naturaleza.”[2]
En este párrafo, puede establecerse una influencia directa en la noción contemporánea de coevolución del hombre y la naturaleza, de R. Norgaard.
Esa relación metabólica se habría alterado por la alienación del proceso de trabajo, la separación del productor de sus condiciones de producción y consiguientemente de su producto, generando además la división del trabajo con la consecuente separación entre la ciudad y el campo, procesos que según Marx el socialismo debería rectificar.
“Con el predominio cada vez mayor de la población urbana, concentrada en grandes centros, la producción capitalista acumula, de un lado, la fuerza motriz de la sociedad, mientras que de otra parte perturba el metabolismo entre el hombre y la tierra. Es decir, el retorno a la tierra de los elementos de ésta consumidos por el hombre en forma de alimento y de vestidos, o sea, la condición natural eterna de la fecundidad permanente del suelo.”[3]
Sobre el problema de la reutilización de los residuos vuelve en el libro III de la misma obra, en la sección destinada a la economía en el empleo del capital constante, destacando a la vez el aporte de la ciencia en su reutilización, como su irracional despilfarro:
“Los excrementos del consumo son muy importantes para la agricultura. Por lo que respecta a su utilización, la economía capitalista efectúa un despilfarro colosal; en Londres, por ejemplo, no saben hacer nada mejor con el abono de 4 ½ millones de seres humanos que emplearlos, con gastos inmensos, en apestar el Támesis.”
Y más adelante:
“Y todo progreso de la agricultura capitalista no es sólo un progreso en el arte de esquilmar al obrero sino también en el arte de esquilmar a la tierra, y cada paso que se da en el incremento de su fertilidad dentro de un período de tiempo determinado, supone a la vez un avance en la ruina de las fuentes permanentes de esta fertilidad. (...) La producción capitalista sólo desarrolla, por tanto, la técnica y la combinación del proceso social de producción al tiempo que socava las fuentes originarias de toda riqueza: la tierra y el trabajador.”[4]
En este pasaje se establece críticamente un proceso paralelo y relacional del carácter depredador del capital sobre la tierra y la fuerza de trabajo, lo que tiene una innegable actualidad para comprender la crisis ecológica contemporánea como el resultado de una lógica de la acumulación por la primacía del valor de cambio, y que no impediría, salvando los riesgos de toda transposición, considerar a la huella ecológica como una traducción material de la depredación del capital sobre la tierra.
Aquí también Marx toma distancia con respecto a una supuesta concepción unilateral de progreso, el que se revela, por el contrario, como desigual y contradictorio.
Sin embargo, a este párrafo subrayado por autores que destacan las percepciones ecológicas de Marx, podemos contraponer el siguiente, escogido del Manifiesto, y también citado repetidamente por quienes critican su supuesto productivismo o prometeísmo:
“En el siglo corto que lleva de existencia como clase soberana, la burguesía ha creado energías productivas mucho más grandiosas y colosales que todas las generaciones juntas. Basta pensar en el sojuzgamiento de las fuerzas naturales por la mano del hombre, en la maquinaria, en la aplicación de la química a la industria y la agricultura, en la navegación de vapor, en los ferrocarriles, en el telégrafo eléctrico, en la roturación de continentes enteros, en los ríos abiertos a la navegación, en los nuevos pueblos que brotaron sobre la tierra como por ensalmo... ¿Quién, en los pasados siglos, pudo sospechare siquiera que en el regazo de la sociedad fecundada por el trabajo del hombre yacían soterradas tantas y tales energías y elementos de producción?”[5]
Estos pasajes, que han sido calificados como “panegíricos de la burguesía”, deben contextualizarse debidamente. Ante todo, se nota el tono entusiasta de un manifiesto, contrastante con el más neutro de un tratado[6]. Pero a párrafo seguido, se detallan las trabas actuales al desarrollo de las fuerzas productivas, y la necesidad del socialismo. En la misma página, destaca como un “logro” de la burguesía la concentración de la población en grandes ciudades, y el rescate de los campesinos del “idiotismo rural”[7].
Sin embargo, en el mismo Manifiesto se puede encontrar, entre las diez primeras medidas prioritarias, la abolición de la propiedad de la tierra, y la lucha contra la división ciudad / campo.
Pero otra referencia más actual nos puede aportar a una debida contextualización de la perspectiva de Marx en la época del Manifiesto y otros trabajos. En la advertencia a su selección de textos “Materiales para el estudio de América Latina”, su compilador Pedro Scaron señala el error de muchas teorías difundidas, consistente en afirmar que las grandes líneas de la concepción del mundo de Marx quedaron definitivamente establecidas a partir de la redacción del Manifiesto, demostrando en el análisis de textos que sobre la cuestión nacional la evolución de Marx y Engels es compleja y contradictoria. Tenemos razones para considerar esta reflexión como aplicable a nuestro tema.
La periodización que establece marca una primera fase de comienzo impreciso no posterior a 1847 hasta 1856, año del fin de la guerra de Crimea, donde “… Marx y Engels combinan el repudio moral a las atrocidades del colonialismo con la más o menos velada justificación teórica del mismo.”[8] El Manifiesto pertenece claramente a este período.
Una segunda etapa según el autor se desarrolla entre 1856 y la fundación de la Internacional, en 1864, donde la denuncia del colonialismo se une con la reivindicación del derecho a la resistencia de los pueblos oprimidos. La mayor parte de los textos sobre el colonialismo se ubica entre estos años.
Un tercer período se daría desde la fundación de la Internacional hasta la muerte de Marx, en 1883. Aquí la influencia de la relación personal con los militantes de los países de menor desarrollo capitalista aproximaría a ambos a la actual teoría de la dependencia, admitiendo la posibilidad de una revolución en estos países antes que en los centrales.
En la cuarta fase, posterior a la muerte de Marx, según el compilador se da un proceso de estancamiento o de involución. Aquí Engels combinaría análisis acertados sobre la cuestión nacional típicos del período anterior, con una posición “patriótica” y proclive al parlamentarismo, cercana a Kautsky y la socialdemocracia.
Scaron argumenta que estas fases delineadas sobre la cuestión nacional se ajustan a los textos sobre América Latina, pero en lo que aquí nos interesa, respecto al rol histórico de la burguesía, son pertinentes al menos para comprender que el entusiasmo sobre su rol histórico de ningún modo fue definitivo, como parecieron entender varios críticos.
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